LOS CAMPAMENTOS MINEROS
Ramiro Fernández
Quisbert
Hoy la ciudad de La Paz, a
raíz de los deslizamientos en la zona sudeste se ha llenado de
campamentos, de casas prefabricadas, en
ellas cantidad de familias sufren por la pérdida de su vivienda propia, pero fue
precisamente esta circunstancia que me retrotrajo en el tiempo e hizo que mi
espíritu se viera invadido de pasado, sí yo de niño viví en campamentos, pero en campamentos
mineros, es más nací en uno de ellos, el campamento minero de Colquiri en la provincia
Inquisivi del departamento de la Paz- Bolivia dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
En
1965 mi familia fue echada del campamento minero de Colquiri, la causa, la participación de mi
padre en el sindicato de trabajadores mineros, organización que se enfrentó al dictador René Barrientos Ortuño
que impuso la rebaja del 50% del salario de los mineros bajo su Sistema de
Mayo, muy bien explicado por Sergio Almaraz en su obra “Réquién para una
República”.
El campamento
minero volvió a mi vida en los próximos
años, en los cerros aledaños al gran Wayna
Potosí, en el pico del Tiquimani, una pequeño montaña que es parte de la cordillera de nieves
eternas que rodea al centro urbano de La Paz. Un carro Chevrolet nos acercó a las montañas y nos dejó al pie de
monte donde nos esperaban arrieros de llamas que iban a transportar los víveres
que llevábamos para la pulpería de los trabajadores a cuyo cargo
estaba mi padre, así entré a descubrir el mundo de los campamentos mineros y
así los recorrí a lo largo de toda mi
vida.
Las llamas y
algunos burros se enfilaron para ascender en la cordillera de los andes, yo
estaba montado en una de esas llamas a la corta edad de cinco años. En aquel camino
tortuoso mi madre y yo ibamos recontra abrigados y desde luego los arrieros llevaban los
tradicionales chullos con orejeras e iban masticando coca, yo tenía el cerebro
congelado y sólo recuerdo la belleza de la nieve a las faldas de los cerros y
el frio, el intenso frío polar.
Mi padre
esperaba en el último tramo, lo reconocí
por su característico caminar y sus bigotes, que aprendí a conocer hasta sus
últimos días de vida, se acercó y le dijo a mi madre, "negrita como están", mi
madre respondió "bien viejo", subimos un poco más y allí estaban las casas de
calamina, en medio de la nieve cerrada, el campamento minero de Tiquimani,
cuartos relativamente cómodos de troncas de madera revestidas de calamina de
zing donde vivíamos muchas veces hacinadas las familias de los trabajadores, en
un costado, los depósitos de materiales y herramientas, el anfo, el TNT, las
guías y los hedores a copajira , nitrato y carburo.
En el cerro
macizo pocos lugares planos existían, una pequeña cancha donde la pelota debía
correr con delicadeza y la mejor de las destreza que eso era mucho pedir porque
los rudos trabajadores de los socavones cuando se emocionaban al mejor estilo
de un toro pateaban tan fuerte que muchas veces tenían que dar por perdido el
balón, porque el mismo caía irremediablemente al precipicio. De esas
experiencias me quedaron unos vértigos que se manifiestan en mis sueños donde
veo vacios profundos y sin fin.
Vivir en las
nieves eternas es algo inenarrable, es algo que supera la misma imaginación,
porque muchas veces amaneces con las nubes a tus pies y te imaginas que eres un
ángel, para un niño vivir en las nieves eternas es guerra permanente, es retar
al frio al construir muñecos de nieve y
a momento llenarse la boca de este exquisito regalo de Dios.
Lo cierto es
que en Bolivia tanto caló la minería que
sus necesidades de subsistencia les hace trabajar en estas condiciones a 4000,
5000 y quizá más msnm, en estas condiciones polares sin ser esquimales, los
trabajadores mineros han explotado la plata, el estaño, el wolfran y tantos
otros metales y no metales, tanto en el Tiquimani, en Kori Campana, en la mina
Caracoles, la mina Argentina estas condiciones eran insalvables, hoy existen
algunas variantes por el calentamiento global que han alterado el ecosistema
mundial, algunos de estos cerros están perdiendo sus nieves y están quedando
como pie de monte o tundra sin agua y desde luego sin vegetación alguna.
Muchos de los
campamentos mineros hoy son pueblos fantasmas a consecuencia del cierre de minas
del estado, me hace recordar a los pueblos fantasmas del oeste de
Norteamérica que pasado el auge de la
explotación del oro de California, tan bien retratados en las películas de
Hollywood quedaban vacíos y sólo con las norias arrastradas por el viento
invernal como habitantes permanentes, en
ellos no queda la hojarasca de las novelas de Gabriel García Márquez, sino
las colas y desmontes, relaves, chancadoras, ingenios, motores turbo,
cementerios de movilidades y carritos gaulle y tantos y tantos fierros oxidados,canchas de Golf, cines, canchas de tenis, palitroque o Bowling, escuelas
hospitales, y el campamento, casas, casitas, cuartuchos donde subsistían los
trabajadores mineros.
Los recuerdos;
los lindos recuerdos y los malos
recuerdos, el ulular de las sirenas ante cualquier accidente o llamado a asamblea, o para llamar a la resistencia ante
la arremetida de los militares, en los campos de María Barzola, o en Hilbo, o
en la Noche de San Juan en Catavi o en la masacre de Caracoles en las noches
tristes del 17 al 18 de julio de 1980.
Los campamentos mineros, olor a incienso,
a grasa rancia y a barro putrefacto, a sudor y chicharon, color, a fiesta pagana y
religiosa, de allí emergió el tío celoso cuidador del manq’apacha y la diablada, expresión artística bella que se fue construyendo en el imaginario
colectivo, de ahí el ángel de la guarda y las hormigas en los arenales, desde San
José, hasta Huanuni, Uncia, siglo XX, Miraflores y Catavi, ahí se amasaron
grandes fortunas y surgieron grandes ideales, en sus calles surcó la vida
alegre y la muerte mordaz.
Cuando pienso en los campamentos mineros,
pienso un poco en los días felices que pasé en los frontones, en las
competencias de carritos de rodamientos y en el cine con pantalla gigante donde
vi las mejores producciones del cine mundial, desde el Dr, Zivago, hasta la
Naranja Mecánica, ,“Por quien doblan las campanas” basada en la novela de Ernest Miller Hemingway, la producción de Disney, hasta
de los superhéroes, ahí vi conquistar África por los safaris ingleses liderados por Tarzán, exterminar indios cheroquis y siux por los confedrados a la cabeza de George Armstrong Custer y perseguir a los comunistas al agente
007 en plena guerra fria, fue ahí que vi la época de oro del cine mexicano, con el Santo y Bludemon,
en la lucha libre, a Cantinflas en las
películas de humor y crítica social y a Jorge
Rivero en las de romance, tambien a Lucha Villa en pasajes de la revolución mexicana, disfruté de la música de los Panchos, deleite de mis mayores con sus bellísimas actuaciones, en vivo o en la pantalla
gigante, allí soñé con el festival de Cosquín
Argentino, conocí a los: Los fronterizos, los Chalchaleros, los del Suquia, Jorge Cafrune, Marito , a la negra Sosa y a Horacio Guaraní.
Fue ahí en los
campamentos que mis hermanos adolescentes enamoraron a sus primeras chicas con
la música de: Leo Dan, Palito Ortega o Rabito, los Iracundos,
fue ahí donde comprendí que los campamentos mineros eran algo más que
simples casas o pequeñas urbes de habitaciones
enfiladas, donde se tendía la ropa o la carne haciéndose charque y de donde
ocasionalmente emergían los olores de los hornos tipo iglú construidos de barro.
Los
campamentos mineros eran mucho más que sólo centros de producción, eran un
conglomerado humana que en su vida cotidiana
vivían llenos de picardías, lloraban angustias, festejaban triunfos y lamentaban derrotas. Los campamentos mineros
cada uno con su identidad, su propio
bullicio y sus propios olores y hedores, con sus aromas a fruta fresca, a coca
y copagira, a anfo y dinamita, a barro putrefacto y a incienso y copal en los
actos de devoción a los dioses
tutelares del subsuelo, suelo y el cielo, hoy nuevamente han cobrado
vida, eso nos anuncia que de aquí adelante, habrá para rato en el espectro
geográfico boliviano, campamentos mineros, ya en el Mutún, ya en Guanay o en
San Cristóbal en Oruro, seguirán explotando este rico mineral con el que nos
premio la naturaleza.
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