jueves, 9 de agosto de 2012

LOS CAMPAMENTOS MINEROS EN BOLIVIA


LOS CAMPAMENTOS MINEROS

Ramiro Fernández Quisbert

Hoy la ciudad de La Paz, a raíz de los deslizamientos en la zona sudeste se ha llenado de campamentos, de casas prefabricadas, en ellas cantidad de familias sufren por la pérdida de su vivienda propia, pero fue precisamente esta circunstancia que me retrotrajo en el tiempo e hizo que mi espíritu se viera invadido de pasado, sí  yo de niño  viví en campamentos, pero en campamentos mineros, es más nací en uno de ellos, el campamento minero de Colquiri en la provincia Inquisivi del departamento de la Paz- Bolivia dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). 
En 1965 mi familia fue echada del campamento minero de Colquiri, la causa, la participación de mi padre en el sindicato de trabajadores mineros, organización que se enfrentó al dictador René Barrientos Ortuño que impuso la rebaja del 50% del salario de los mineros bajo su Sistema de Mayo, muy bien explicado por Sergio Almaraz en su obra “Réquién para una República”.
El campamento minero  volvió a mi vida en los próximos años, en los cerros aledaños al gran  Wayna Potosí, en el pico del Tiquimani, una pequeño montaña que es parte de la cordillera de nieves eternas que rodea al centro urbano de La Paz. Un carro Chevrolet nos acercó a las montañas y nos dejó al pie de monte donde nos esperaban arrieros de llamas que iban a transportar los víveres que llevábamos para  la  pulpería de los trabajadores a cuyo cargo estaba mi padre, así entré a descubrir el mundo de los campamentos mineros y así los recorrí  a lo largo de toda mi vida.
Las llamas y algunos burros se enfilaron para ascender en la cordillera de los andes, yo estaba montado en una de esas llamas a la corta edad de cinco años. En aquel camino  tortuoso  mi madre y yo ibamos recontra abrigados  y desde luego los arrieros llevaban los tradicionales chullos con orejeras e iban masticando coca, yo tenía el cerebro congelado y sólo recuerdo la belleza de la nieve a las faldas de los cerros y el frio, el intenso frío polar.
Mi padre esperaba en el último  tramo, lo reconocí por su característico caminar y sus bigotes, que aprendí a conocer hasta sus últimos días de vida, se acercó y le dijo a mi madre, "negrita como están", mi madre respondió "bien viejo", subimos un poco más y allí estaban las casas de calamina, en medio de la nieve cerrada, el campamento minero de Tiquimani, cuartos relativamente cómodos de troncas de madera revestidas de calamina de zing donde vivíamos muchas veces hacinadas las familias de los trabajadores, en un costado, los depósitos de materiales y herramientas, el anfo, el TNT, las guías y los hedores a copajira , nitrato y carburo.
En el cerro macizo pocos lugares planos existían, una pequeña cancha donde la pelota debía correr con delicadeza y la mejor de las destreza que eso era mucho pedir porque los rudos trabajadores de los socavones cuando se emocionaban al mejor estilo de un toro pateaban tan fuerte que muchas veces tenían que dar por perdido el balón, porque el mismo caía irremediablemente al precipicio. De esas experiencias me quedaron unos vértigos que se manifiestan en mis sueños donde veo vacios profundos y sin fin.
Vivir en las nieves eternas es algo inenarrable, es algo que supera la misma imaginación, porque muchas veces amaneces con las nubes a tus pies y te imaginas que eres un ángel, para un niño vivir en las nieves eternas es guerra permanente, es retar al frio al construir muñecos de nieve  y a momento llenarse la boca de este exquisito regalo de Dios.
Lo cierto es que en Bolivia  tanto caló la minería que sus necesidades de subsistencia les hace trabajar en estas condiciones a 4000, 5000 y quizá más msnm, en estas condiciones polares sin ser esquimales, los trabajadores mineros han explotado la plata, el estaño, el wolfran y tantos otros metales y no metales, tanto en el Tiquimani, en Kori Campana, en la mina Caracoles, la mina Argentina estas condiciones eran insalvables, hoy existen algunas variantes por el calentamiento global que han alterado el ecosistema mundial, algunos de estos cerros están perdiendo sus nieves y están quedando como pie de monte o tundra sin agua y desde luego sin vegetación alguna.
Muchos de los campamentos mineros  hoy son pueblos  fantasmas a consecuencia del cierre de minas del estado, me hace recordar a los pueblos fantasmas del oeste de Norteamérica  que pasado el auge de la explotación del oro de California, tan bien retratados en las películas de Hollywood quedaban vacíos y sólo con las norias arrastradas por el viento invernal como habitantes permanentes, en ellos no queda la hojarasca de las novelas de Gabriel García Márquez, sino las colas y desmontes, relaves, chancadoras, ingenios, motores turbo, cementerios de movilidades y carritos gaulle y tantos y tantos fierros oxidados,canchas de Golf, cines, canchas de tenis, palitroque o Bowling, escuelas hospitales, y el campamento, casas, casitas, cuartuchos donde subsistían los trabajadores mineros.
Los recuerdos; los lindos recuerdos  y los malos recuerdos, el ulular de las sirenas ante cualquier accidente o llamado a  asamblea, o para llamar a la resistencia ante la arremetida de los militares, en los campos de María Barzola, o en Hilbo, o en la Noche de San Juan en Catavi o en la masacre de Caracoles en las noches tristes del 17 al 18 de julio de 1980.
    Los campamentos mineros, olor a incienso, a grasa rancia y a barro putrefacto, a sudor y chicharon, color, a fiesta  pagana  y religiosa, de allí emergió el tío celoso cuidador del manq’apacha  y la diablada, expresión artística  bella que se fue construyendo en el imaginario colectivo, de ahí el ángel de la guarda  y las hormigas en los arenales, desde San José, hasta Huanuni, Uncia, siglo XX, Miraflores y Catavi, ahí se amasaron grandes fortunas y surgieron grandes ideales, en sus calles surcó la vida alegre y la muerte mordaz.
Cuando pienso en los campamentos mineros, pienso un poco en los días felices que pasé en los frontones, en las competencias de carritos de rodamientos y en el cine con pantalla gigante donde vi las mejores producciones del cine mundial, desde el Dr, Zivago, hasta la Naranja Mecánica, ,“Por quien doblan las campanas” basada en la novela de Ernest Miller Hemingway, la producción de Disney, hasta de los superhéroes, ahí vi conquistar África por los safaris ingleses  liderados por Tarzán, exterminar indios cheroquis y siux por los confedrados  a la cabeza de George Armstrong Custer y perseguir a los comunistas al agente 007 en plena guerra fria, fue ahí que vi la época de oro del cine mexicano, con el Santo y Bludemon, en la lucha libre, a  Cantinflas en las películas de humor y crítica social y  a Jorge Rivero en las de romance, tambien a Lucha Villa en pasajes de la revolución mexicana, disfruté de la música  de los Panchos, deleite de mis mayores con sus  bellísimas actuaciones, en vivo o en la pantalla gigante, allí soñé con el festival de Cosquín  Argentino, conocí a los: Los fronterizos, los Chalchaleros,  los del Suquia,  Jorge Cafrune, Marito , a la negra Sosa  y a Horacio Guaraní.
Fue ahí en los campamentos que mis hermanos adolescentes enamoraron a sus primeras chicas con la música de: Leo Dan, Palito Ortega o Rabito, los Iracundos,  fue ahí donde comprendí que los campamentos mineros eran algo más que simples casas o pequeñas urbes de habitaciones  enfiladas, donde se tendía la ropa o la carne haciéndose charque y de donde ocasionalmente emergían los olores de los hornos tipo iglú construidos de barro.
Los campamentos mineros   eran  mucho más que sólo centros de producción, eran un  conglomerado humana que en su vida cotidiana  vivían llenos de picardías, lloraban angustias, festejaban triunfos y lamentaban derrotas. Los campamentos mineros cada uno con su  identidad, su propio bullicio y sus propios olores y hedores, con sus aromas a fruta fresca, a coca y copagira, a anfo y dinamita, a barro putrefacto y a incienso y copal en los actos de devoción a los dioses  tutelares del subsuelo, suelo y el cielo, hoy nuevamente han cobrado vida, eso nos anuncia que de aquí adelante, habrá para rato en el espectro geográfico boliviano, campamentos mineros, ya en el Mutún, ya en Guanay o en San Cristóbal en Oruro, seguirán explotando este rico mineral con el que nos premio la naturaleza.       

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